Kirchnerismo, 20 años. Auge, consolidación y declive de un populismo que se quedó sin plata

Por Carlos Pagni

La historia del kirchnerismo está en curso y, más allá de las sombrías señales que se dibujan en su horizonte, el final está abierto todavía. Esta incertidumbre tiñe de provisoriedad cualquier intento de definir el lugar de este grupo político en la vida nacional. Aun así, al cabo de dos décadas es posible reconocer algunos rasgos indudables. No sólo porque la duración cincela identidades. También porque la obstinación de Cristina Kirchner otorga a su grupo una rigidez que favorece al retratista. Es posible, entonces, afirmar que el kirchnerismo no ha logrado ser, si es que alguna vez se lo propuso, algo distinto de una variante del peronismo. Una versión muchísimo menos herética de lo que muchos de sus integrantes estarían dispuestos a aceptar. Esta fracción representa también la irrupción en el curso de la vida democrática restaurada en 1983 de una concepción del poder que entra en conflicto con la doctrina constitucional y que desafía a las reglas del mercado con políticas que van del intervencionismo al estatismo. La intensidad de estas novedades debe ser calibrada. Pero es relevante advertirlas porque ponen de manifiesto que, a partir de algún momento que se podría situar en el enfrentamiento con el sector agropecuario del año 2008, en la Argentina se abrió un conflicto ideológico del que el kirchnerismo fue una expresión y, a la vez, un agente. En este sentido, ha sido la tímida modalidad argentina de una corriente que se desplegó por América Latina durante la primera década del siglo, recreando en buena parte de la izquierda internacional la expectativa de que desde esa región podría aflorar una alternativa al orden capitalista, es decir, podría repararse la frustración que produjo la caída del Muro de Berlín. La cuna del kirchnerismo fue el gran derrumbe de 2001. Es imposible entenderlo fuera del contexto de esa crisis. De las muchas cosas que se rompieron aquel año, la más valiosa fue el vínculo entre representantes y representados. El kirchnerismo fue una respuesta que dio el peronismo a la consigna “que se vayan todos” y a lo que esa consigna verbaliza: convulsión social, movilizaciones colectivas, estado de deliberación. Con alguna audacia se podría conjeturar si esa tormenta no fue la versión anticipada de efervescencias similares, distintas “primaveras” que ocurrieron a lo largo del planeta. Hace 20 años Néstor Kirchner contaba con una característica providencial para la tarea de reconectar lo que se había cortado. Casi nadie sabía quién era. Apenas se conocía a su esposa por su ferviente participación en el Congreso y en los programas de TV. Los medios ignoraban apellidos como Zannini, De Vido o Larcher. La llegada de esa cofradía desde Santa Cruz creaba la sensación de que se habían ido todos. Eran el gobierno extranjero de la delirante receta que había prescripto Rudi Dornbusch en medio del incendio.

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